Podemos comenzar por enunciar el suelo natural, como la formación de estructura dúctil y espesor variable, que resulta de manera natural de la transformación de la roca madre subyacente, bajo la influencia de diversos factores físicos, químicos y biológicos, sin intervención del hombre. El tipo de suelo evidentemente depende de la roca madre, pero sobre todo de la naturaleza de las transformaciones que ésta sufre, muy variable según las condiciones climáticas y la vegetación. En Arribes del Duero, la roca madre desde un punto de vista geológico forma parte del Zócalo Paleozoico o Macizo Antiguo, constituido en este caso por rocas ígneas (graníticas), como materiales mayoritarios, aunque también existen rocas sedimentarias metamorfizadas, principalmente pizarras. Esta circunstancia de partida, unida a lo accidentado del relieve, con pendientes comprendidas entre el 10 y el 30 %, con montículos de laderas muy variables, que en algunos lugares llegan a ser muy pronunciadas, hace que el suelo sea la consecuencia de ostensibles y acusados rasgos del efecto de la erosión; por lo que se encuentran suelos de cierta variación; aunque en general de poco fondo, unos 30 centímetros de media, sobrepasando en algo esta medida cuando se asientan sobre pizarras. Cuando se habla de pizarras en esta comarca, realmente se trata de una especie de granito laminar de carácter muy deleznable, que se presenta en estratos inclinados, que retienen y regulan muy bien la humedad, por lo que sobre estos suelos se pueden alcanzar profundidades y espesores muchas veces superiores a los dos metros, vegetando muy bien sobre ellos la vid y otras plantas leñosas. El suelo que vamos a llamar agrícola, es el resultante de la transformación que del suelo natural hace el hombre, mediante la aplicación de técnicas de laboreo. Pero las raíces a menudo penetran por debajo de la capa laborable trabajada, a una profundidad de varios metros, y esas zonas profundas intervienen también en la producción agrícola, y muy fundamentalmente en la vitícola. Pero para el aprovechamiento de estos suelos, en las laderas y valles de los ríos de este espacio, de relieve a veces excesivo, con pendientes muy pronunciadas que, en algunos casos se aproximan a la verticalidad ha sido previamente necesario el gran esfuerzo de construir bancales (que aquí llaman paredones), para poder retener en ellos unos suelos de textura limo-arenosa, a veces con intervalos franco-limosos, de abundante pedregosidad.
Podemos comenzar por enunciar el suelo natural, como la formación de estructura dúctil y espesor variable, que resulta de manera natural de la transformación de la roca madre subyacente, bajo la influencia de diversos factores físicos, químicos y biológicos, sin intervención del hombre. El tipo de suelo evidentemente depende de la roca madre, pero sobre todo de la naturaleza de las transformaciones que ésta sufre, muy variable según las condiciones climáticas y la vegetación. En Arribes del Duero, la roca madre desde un punto de vista geológico forma parte del Zócalo Paleozoico o Macizo Antiguo, constituido en este caso por rocas ígneas (graníticas), como materiales mayoritarios, aunque también existen rocas sedimentarias metamorfizadas, principalmente pizarras. Esta circunstancia de partida, unida a lo accidentado del relieve, con pendientes comprendidas entre el 10 y el 30 %, con montículos de laderas muy variables, que en algunos lugares llegan a ser muy pronunciadas, hace que el suelo sea la consecuencia de ostensibles y acusados rasgos del efecto de la erosión; por lo que se encuentran suelos de cierta variación; aunque en general de poco fondo, unos 30 centímetros de media, sobrepasando en algo esta medida cuando se asientan sobre pizarras. Cuando se habla de pizarras en esta comarca, realmente se trata de una especie de granito laminar de carácter muy deleznable, que se presenta en estratos inclinados, que retienen y regulan muy bien la humedad, por lo que sobre estos suelos se pueden alcanzar profundidades y espesores muchas veces superiores a los dos metros, vegetando muy bien sobre ellos la vid y otras plantas leñosas. El suelo que vamos a llamar agrícola, es el resultante de la transformación que del suelo natural hace el hombre, mediante la aplicación de técnicas de laboreo. Pero las raíces a menudo penetran por debajo de la capa laborable trabajada, a una profundidad de varios metros, y esas zonas profundas intervienen también en la producción agrícola, y muy fundamentalmente en la vitícola. Pero para el aprovechamiento de estos suelos, en las laderas y valles de los ríos de este espacio, de relieve a veces excesivo, con pendientes muy pronunciadas que, en algunos casos se aproximan a la verticalidad ha sido previamente necesario el gran esfuerzo de construir bancales (que aquí llaman paredones), para poder retener en ellos unos suelos de textura limo-arenosa, a veces con intervalos franco-limosos, de abundante pedregosidad. Por lo común estos suelos ofrecen un aspecto o coloración pardo-amarillo claro. Químicamente son terrenos pobres en cal, y de naturaleza ácida con un pH, que oscila entre un 5 y 6. El componente en materia orgánica es escaso (de un 1.5 a un 3%). Estos suelos son también pobres en elementos y oligoelementos esenciales, aunque una vez subsanados resultan idóneos para el aprovechamiento agrícola de estas partes del terrazgo, sobre el que se encuentran plantados viñedos, olivos y frutales, contribuyendo además con la penetración de sus raíces en el suelo y subsuelo a la contención de las laderas. Puede afirmarse que son una solución a estos suelos raquíticos y en pendiente, que difícilmente pueden servir para otra cosa; aunque en la actualidad buena parte de estos campos, sobre todo los de accesos más complicados están total o parcialmente abandonados. Así pues los materiales mayoritarios de estos suelos tanto en el arribe como en la penillanura, son producto de la descomposición de las rocas graníticas, aunque también existen importantes franjas con descomposición de rocas metamórficas y sedimentarias metamorfizadas, junto con algunos depósitos detríticos del cuaternario, arenas y arcillas, formados precisamente por la alteración de las rocas graníticas y de otros tipos constituyentes de la unidad.
Presentan un color rojo púrpura, bien cubierto, limpio y brillante.
Su fase olfativa destaca la limpidez de aromas y con un importante potencial aromático a frutos del bosque (mora, grosella) y frutas de hueso (ciruela) en sazón, y una compleja gama de mermeladas, cueros y regalices con un elegante fondo mineral y balsámico.
De boca amplia, con gran estructura y cuerpo, buena acidez y final delicado y persistente.
Tintos crianza, reserva y gran reserva
Los vinos de CRIANZA estarán envejecidos con las técnicas adecuadas, por un periodo no inferior a dos años naturales, contados a partir de 1 de noviembre del año de la vendimia, de los cuales 6 meses como mínimo lo serán en barricas de roble con capacidad máxima de 330 litros y edad inferior a 8 años. Los vinos de RESERVA estarán envejecidos tres años naturales, de los cuales 1 año como mínimo en barricas de roble y 2 años en botella. Los vinos de GRAN RESERVA estarán envejecidos cinco años, de los cuales han de permanecer en barrica 24 meses y 36 meses en botella. Con colores guinda y matices propios del envejecimiento. En nariz se caracterizan por ser limpios en aromas a frutas del bosque, recuerdos especiados, con una perfecta conjunción de fruta y madera. Tienen un perfecto equilibrio entre los toques balsámicos y las notas minerales. Secos en boca, untuosos, de largo retrogusto y equilibrados en acidez. Elegantes con un intenso fondo mineral.
Rosados
Elaborados a partir de las variedades: Juan García, Rufete, Tempranillo, Garnacha Tinta, Mencía, Bruñal, Malvasía, Verdejo y Albillo, con un mínimo del 60 % de las variedades Juan García, Rufete y/o Tempranillo. Los vinos rosados presentan un intenso color rosa fresa, limpios y brillantes. En nariz descubrimos intensos aromas frutales, bayas y frutas del bosque. Buena estructura en boca y equilibrada relación acidez-alcohol. Final delicado y persistente.
Blancos
Elaborados con las variedades Malvasía, Verdejo y Albillo, con un mínimo del 60% de Malvasía. Son vinos brillantes, de color paja con matices verdosos.
En la fase olfativa tienen intensidad aromática alta, de frutas exóticas, acompañadas de notas cítricas. Aparecen recuerdos florales y algo de tomillo, hinojo y paja mojada.
En boca serán secos, de acidez equilibrada y cierto amargor que les confiere persistencia.
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